miércoles, 29 de junio de 2016

Arabesco N°02

El lazo le caía entre los dedos enredándose, deslizando la mirada su nostalgia. Qué escondía su azul, qué evocaba. Si el solo gesto, inútil, fue necesario y ahora, otra vez, su mente iba al encuentro de algún detalle.

Su Silencio en el espíritu de su fantasía cobró vida y sintió deseos de ella nuevamente. Su presencia y su intimidad la sobrecogían y la observaban, le mentía, y ella aceptaba.

Desde alguna profundidad se habría levantado, iniciando el recorrido. Un rostro vagamente agigantado y cuya mirada simulaba el inclinarse sobre un charco de agua siempre negro, en el atardecer, olvidando por un instante que en la superficie estaba ella mirándose mirar. 

Se habría abierto en algún lugar la nuez de la existencia, y su interrogación florecida en el umbral de la apariencia gris, debilitada en esa materia rugosa y cerebral. Caminado las estancias vacías de lo humano, de la humanidad que lo llamaba en el sueño de su nacimiento: un haz de luz, el vapor tibio del café, las cortinas movidas como una espalda desnuda, todo lo que alumbraba silencios en el eco mordaz del abandono, del polvo que era su cómplice, de los objetos perdidos que eran guardados en el ático de las necesidades y los despojos del desamor espaciados en desiertos de causas ya perdonadas, mas aún, cuando los objetos eran simulados sobre los vidrios, él los podía reconocer como suyos.

Su Silencio se deslizaba ahora por los pasadizos, y los muebles inútiles respondían con su quietud en la paciencia de los descansos. Entre galerías las palabras negras de los libros apiñados que penetraba como a través del vidrio de una ventana, se repetían en la memoria de los labios imaginarios en los paisajes de la emoción; los latidos conservados por generaciones de hombres rendidos ante el resplandor de una verdad considerada santa, pura y al mismo tiempo descubierta como oscura y vana resucitaban; no obstante la esperanza en las plausibles lejanías, que aún para él, cuyo sentido lo impregnaba todo de un enrarecimiento como fondo necesario a la unidad concebida, le era ignorada. También sucumbía en su contemplación aquel horizonte del pensamiento que las palabras cuajaban, no le era remoto, pero tampoco develado. Así llegaba al abismal punto final para volver a entrar en la historia, circular y bella, en la esfera del ensimismamiento del ser que también tenía su consistencia.

Veía las luces y el movimiento de las hojas en los árboles plantados en el desigual delirio de las formas, y aquellas almas que caminaban bajo las lluvias, en nidos y entre las ramas, habitando un mundo lleno de ruidos desdoblados en enjambres y guaridas, camuflajes y risas que se entregaban por igual al aliento vital del sentido, las habría reconocido en todos los jardines. 

La miraba, era su creadora, había nacido de su paciencia, había sido alimentado en su serenidad. Veía esas manos sembrando y los latidos de su pecho acompañando la agitación de las ideas, volviendo sobre el diseño del nuevo mundo que atesoraba y al que había sido llamado. 

Pues él, que había entrado en ella, no solo miraba, ya sentía, ahora que todas las palabras y las cosas de su semejanza eran para ella comprendidas. El azul de la cinta ganó vitalidad y recogió el cabello.


Paul Mendoza Malaver
Cajamarca, 2016


lunes, 27 de junio de 2016

Arabesco N°01

Bajo el cristal, hacia un lado del azul que se extendía roto entre las hojas de las sombras agonizantes, el pez se deslizaba por las edades; entonces lo veían surgir en los ojos, perderse de iris en iris, o mezclarse en la transparencia de los reflejos de las aguas y herir los ojos nuevamente, pues estos, que permanecían así, atentos y en éxtasis, también querían sobrevivir con la bella imagen de la vida, pero los destellos los encerraban en los parpados, y en la memoria, el pez que se agitaba inquieto en sus propios colores, era revestido con la alucinación de luces en el fondo oscuro de la conciencia.

De allí rescataban sus presencias, entre las esferas de las pupilas, densas como el metal bajo el cual ceden el espacio y las formas, sintieron la espuma suave y fresca cuyos rastros humedecían los contornos de la realidad; pero el reflujo los llevaba ahora hacia las hondas e imperturbables fantasías.

La desnudes hacía flotar las palabras inútiles, como vestidos anticuados y sin ningún uso, perdían un sentido sagrado aunque sus significados las hacían perseverar con cierto afán sobrecogidas por el temor de rebelar algún fin primitivo que la profundidad, ayudada por la neblina del miedo, desfiguraba en la distancia para caer en la hojarasca presentida, en ese remolino de estaciones y entonces, por primera vez, sintieron el frío del ardor que hasta allí los había unido.

Atrás quedaban la superficie y los miles de ojos que ocupó el alma, inventando los diversos e inmaduros intentos del asirse. Hallaba ahora su medio, mientras en la región viva de lo invisible el pez giraba y sus colores relataban, en contraste con el azul del medio día, el recorrido inútil y sereno de la fuente ocupada por dos sombras muertas, casi como ante un espejo, así en apariencia ella dijo, ella preguntó arrancando a su voz como a un fruto la pulpa del corazón: Volverás?

Paul Mendoza Malaver
Cajamarca, 2016

¡BIENVENIDOS, ANIMALES CLARIVIDENTES!

Para nosotros, los clarividentes, se nos hace necesario dar un rodeo, pues, en este acto, para muchos banal, se desarrollan nuestras visiones. Porque el camino directo y seguro imprime en el tiempo un vértigo al que nuestras almas no están acostumbradas. Cuantas veces no nos hemos demorado en la contemplación de los lugares más trágicos, de los momentos más idílicos, haciendo el rodeo a la imagen simple y su significado trillado, presente, práctico, literal y cuantitativo. Las esencias se descubren cuando la mirada trasciende el ojo y llega a la emoción de la palabra, entonces algo nuestro tan íntimo vibra donde una historia ya es un símbolo y una piedra adquiere sabiduría y resplandor. Así renovamos el mensaje del espíritu y volviendo al ensueño somos animales clarividentes.


"Me he asignado la tarea de combinar  las letras unas con otras durante la noche y meditar a su respecto; me he dedicado a esto tres días seguidos. El tercero, pasada la medianoche, me quedé adormecido un momento con la pluma en la mano y el papel en mis rodillas. Después me di cuenta de que la vela había llegado a su término. Entonces me levanté y la apagué como se hace a veces después de haber dormido. Pero en seguida me di cuenta de que la habitación permanecía iluminada. Aquello me sorprendió grandemente ya que después de un atento examen comprobé que la luz parecía salir de mí mismo. "No lo creo" dije. Recorrí la casa y la luz me seguía. Me tumbé en la cama y me cubrí, pero la luz seguía siempre conmigo... Himmelfarb continúo hojeando los viejos libros y manuscritos. Ahora se encontraba transportado..." (Patrick White)