martes, 12 de julio de 2016

El Devoto
-¿Lo escuchas? "No poseo la imagen. El tema lo es todo"
-Sabes, el día en que cogí el material y lo comparé con este, lo arrojé por la ventana...
-Fui afortunado. El Devoto, cuando lo dejamos en el Plaza, mientras tú fingías adorar.
-Bah! lo sabía, luego llamó para retener en su orgullo la admiración.
-¿Es posible?
-Pero se distanció, sus cuadros quedaron relegados y por fin iniciaron las especulaciones.
-Se estará preparando la misma bebida, sentado, como si el hecho de haber logrado su éxtasis fuera lo cumplido.
-Tenía sus razones.
-Sigo pensando y sus palabras carcomen, inquietan.
-¿Dante?
-Aún más, luego de que permaneciera toda la noche encerrado en la Recoleta, el sacerdote lo interrogó a solas, más tarde me confesó sus razones.
-Habla, hijo, te escucho... 
-Dijo que lo guió el sueño de Dante, necesitaba de una visión...
-¿Y el sueño?...
-Nada común... se había tomado dos tragos en el Dite. Según dijo lo llevó el desamor, no tenía tema, estaba sin inspiración, al fin resultó frente a su cuadro y se durmió...
-Cuando el Tuerto fue a buscarlo, esa noche, llamó a su puerta después de silbar, todo en vano. Regresó otras veces, según dijo, por lo del Sultán, pero halló a su padre, se alejó, no quería verse implicado.
-En cambio, su advertencia fue su destino, el Sultán estará satisfecho.
-En el Dite han colgado otra vez sus pinturas, desafiando, no temen a nadie, salvo cuando se trataba de ir de viaje.
-Te digo que estará vagando junto a Dante y Virgilio, estarán cruzando el puente de yerba y ante las puertas del polvorín Virgilio exclamará: Oh! la maldita gente, y el cancerbero, mientras lo registra solo a él, dirá: Señor Virgilio, los esperábamos, pero ¿y este?.

De los nuestros, dijo, mientras las putas los recibían con una venia, arrojándose sobre sus cuerpos, sombras en la intemperie de sus corazones dolidos. De sus manos que las sujetaban de las caderas, de sus bocas congestionadas, de sus ojos bajo las grandes pestañas. ¿Y Beatriz? Virgilio sonrie, Beatriz, una erección suave, despertando en lo profundo al gusano que roe el mundo, abultando el pantalón, pues él conoce mejor que nadie esos antros y sabe a Beatriz Portinari moviéndose entre los bichos sarnosos que los miran ocupar tres lugares reservados, y piensa en el delicado Dante como un niño asustado, tierno.

 -... y se habrán bebido las absentas, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, estará frente a su cuadro, su gran obra, y Dante le habrá dicho: paguemos, ya es tarde, el viejo Virgilio ha desaparecido.
-Luego...
-Caminaron juntos hasta pasar por la Recoleta, allí Dante lo detuvo invitándolo a entrar y él aceptó. Despertó dentro de la iglesia y una vela seguía encendida en el altar. Entonces pensó que alguien la habría dejado como ofrenda, miró su reloj y vio la una de la madrugada, era imposible, pero la vela no daba señales de estar derritiéndose, recorrió los pasillos y llamó a Dante cuando quiso llamar al cura, no soportó los ecos, todo oscuro, silencioso y las puertas estaban cerradas.

Retornó a las escalas, junto al altar, con el recuerdo reciente de la noche de parranda en los labios, y quiso volver al sueño para seguir con la juerga, pero recordó, con frustración, que aquel infierno quedaba a la vuelta de la esquina por lo que se refugió en la visión de su amigo. Poco a poco el sueño lo fue hundiendo a través de un espacio cada vez más gélido, y su mirada, por un impulso, enfocó la luz vacilante de la flama, viva, suave, sin socavar la cera alrededor del pabilo manteniéndose blanco en el azul inferior, negro y finalmente rojo, el ápice resplandecía recubriendo la llama con una luz anaranjada hasta la base. Sí, el nervio y la forma lanceolada daban la impresión de una hoja flotando invariable en un viento oscuro, en un mar oscuro, para siempre, sobre la lápida que hacía de tablero para el altar de las ofrendas. Lo vio desprenderse del hilo blanco, caminar hacia él, superando una distancia imposible pero cierta, adquirió el tamaño de sus ojos y sin percibir el tiempo, superó su sola mirada y de pie ante su alegría y admiración seguía irradiando calor.
-...
-Estaba confundido, despierto en el sueño o despierto del sueño, el caso es que su cuadro estaba allí, a su lado, y tenía la firma del Infernal Dante... indeleble...
-Cuál...
- Allí, en la esquina... 
- "mirate la dottrina che s'asconde sotto il velame "  ¿cuándo tomó clases de italiano?.
-Nunca. Me contó lo que te digo... y dejó su cuadro aquí,
-Bastará con seguir su recorrido, el Sultán con navaja en mano, dos lesbianas, las mismas, ya sabes y a donde el Dite, tomar dos absentas, seguir hacia el inferno, abandonando toda esperanza en los brazos de la Rica, mas tarde la Recoleta...
- Pero la jarana con Dante y el putañero de Virgilio.
-No sé...
-Tendríamos que ser Devotos...
-O cruzar el puente de yerba.
Atravesaron la cúpula. Contempló la ciudad, vio al triste Virgilio en medio de una multitud, rodeados del frío del infierno, mezclado en el estremecimiento de la procesión de las almas extraviadas, siguiendo el mismo ídolo pagano. Dante estaba junto a él, ahora le señalaba las lágrimas de la cera, que nunca se dejaron ver, lloradas hacia dentro del cristal de la esfera, eternizando el tallo que sostenía la región de los elegidos. Por primera vez dejó de sentirse solo, estaba rendido, finalmente absuelto, perdonado y liberado en el calor del amor que los elevaba.  Admiró las verdaderas ideas que un inútil sentimiento, un miedo quizás, un presentir la muerte de los deseos, les impedían surgir, pero ignoraba todo aquello. Emanaban ahora en sus colores, con absoluta libertad, formando realidades de lo que fueron fantasías, vio el árbol de sus sueños sosteniendo en frutos las imágenes, jamás parecían haberse ausentado, y se entregaban sin esfuerzo en correspondencia con su palabra que jamás velaba, descubría, sentía, intuía y todos a su alrededor se alimentaban de esa alegría, compartían esa verdad como un pan en sus manos; de todos ellos, a la vez, recibía sonidos, números, pensamientos; y comprendió al fin la obra de los seres, derritiéndose en el fuego de la inspiración, en la soledad pura, en el vacío pleno, sumergidos en el indefinido oscuro como contraste necesario para el silencio vital. Luego lo vio retornar hacia la flama, con el rostro vuelto hacia él, adentrándose más allá de sus ojos, levitando en el sueño de su cerebro que le latía como un tambor extasiado en su ritual.

Paul Mendoza Malaver
Cajamarca, 2016

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